Prólogo al libro Hilda Gadea

Alberto Gálvez Olaechea
5 min readNov 14, 2022

Redactar el prólogo para el libro “Hilda, una vida por la utopía” es un honor y quiero empezar agradeciendo por la oportunidad. Cómo se desprende de la lectura de su texto, de la breve reseña biográfica hecha por su hermano Ricardo, y de los demás escritos que componen el libro, Hilda Gadea es una de las mujeres injustamente postergadas en la memoria de la izquierda peruana en general, y de las mujeres luchadoras en particular. Este es, por tanto, un libro imprescindible, que llega, además, en un momento oportuno.

Como muchos jóvenes de su generación, a mediados de la década de 1940 Hilda creyó encontrar en el APRA una opción de cambio y una alternativa emancipadora. Haber sido elegida a los 27 años miembro del Comité Ejecutivo del partido más importante del Perú, da una idea de su valía, como la da también que se viera forzada a exiliarse tras el fracaso de la insurrección del pueblo aprista de octubre de 1948. Parte para Guatemala cuando esta vivía un proceso de liberación inaceptable para los oligarcas y el imperio. Como no podía ser de otra manera, el golpe contra el gobierno democrático de Juan Jacobo Árbens fue la respuesta de los poderosos a los impulsos que venían desde abajo.

Hilda se incorpora al proceso guatemalteco activa y militantemente. Y este país será el lugar de encuentro con el que sería su famoso compañero de aventuras. Será una coincidencia trascedente para ambos. Es ella, con su larga trayectoria de militante y organizadora, la que encamina al joven trotamundos, rebelde y leído, llamado Ernesto Guevara de la Serna (quien pasará a la historia como el Che). Estudian, discuten, es ella es la que lo introduce más sistemáticamente en el marxismo, le da los contactos y le facilita las relaciones con los revolucionarios guatemaltecos y cubanos, viven juntos los avatares del proceso hasta que el golpe militar los fuerza a partir hacia México, donde Hilda continuará su labor revolucionaria. Es importante recordar que, en los años de ilegalidad y persecuciones, el APRA tenía una profusa red de militantes y contactos en diversos países de América Latina, especialmente México, Argentina y Chile. Hilda cuenta con esa red como soporte.

El Che es aún un aventurero solitario en búsqueda de un sentido. Ella es una mujer culta, como suelen serlo los presos y los exiliados políticos, a los cuales las circunstancias vuelven lectores impenitentes. No sorprende el refinamiento intelectual del Che, argentino de clase media, con una madre intelectual y un padre constructor, pero en el caso de Hilda, de origen bastante popular y hecha a puro esfuerzo, llama la atención la amplitud y profundidad de sus lecturas y saberes ¿cuántos peruanos de la época, y en particular cuántas mujeres peruanas, contarían con semejante bagaje intelectual? Sin duda muy pocas, si alguna.

México será su lugar de acogida y no podía ser de otra manera. Desde la gran revolución de Pancho Villa y Emiliano Zapata, México no había cesado de ser refugio para revolucionarios. Durante la década de 1920 el joven Haya de la Torre, entonces también exiliado, había fundado ahí el APRA. De México partió Esteban Pavletich (1928) para incorporarse como secretario personal de Augusto César Sandino en Nicaragua. Cuando llegan Ernesto e Hilda en 1954, no hacía mucho (en 1937) que el presidente Lázaro Cárdenas había dado refugio a León Trotsky y había apoyado decididamente a la República española y, tras la derrota, había amparado a centenares de luchadores republicanos. México será también la retaguardia para los revolucionarios cubanos.

En México Hilda se casa, tiene una hija y mantiene su actividad militante de apoyo al incipiente Movimiento 26 de Julio. Despedirá a su marido que parte con Fidel en la expedición del Gramma a su encuentro con la historia. Si pudiéramos detener el tiempo en este punto, poner pause, Ernesto Guevara de la Serna sería recordado como el compañero de Hilda Gadea. La siguiente década el Che se hará mito y la perspectiva cambia. Lo que no cambia, sin embargo, es que nos encontramos ante una mujer extraordinaria.

Sin ya nada que la retenga en México, Hilda vuelve al Perú y en 1958 es elegida nuevamente en la máxima dirección del APRA, cargo al que renunciará en diciembre de 1959, por las mismas razones que llevaron a Luis de la Puente Uceda y sus compañeros a zanjar con el ya viejo partido de Haya de la Torre: la capitulación del Partido frente a la oligarquía. Hilda fue la representante del Movimiento 26 de Julio en Perú. Tras el triunfo de los barbudos de Sierra Maestra, vuelve a Cuba, donde mantendrá inquebrantable su vocación revolucionaria y acompañará a los guerrilleros del MIR, a quienes abrirá las puertas del Gobierno cubano, a las cuales ella tiene un acceso privilegiado.

A fines de los sesenta retorna nuevamente al Perú donde ve con interés el proceso velasquista, sin embargo, el cáncer le hará una emboscada a esta mujer a los 53 años: fallece en Cuba en enero de 1974

Hilda fue parte de una generación heroica, que tenía la certeza de que otro mundo era posible y que ello exigía compromiso, riesgo, audacia. Una generación voluntarista que quería tomar el cielo por asalto. Utopía, sí, más no alucinación insensata. La Segunda Guerra Mundial había puesto en crisis el colonialismo y en los tres continentes, Asia, África y América Latina, había una ola indetenible. Los viejos imperios se desmoronaban ante el empuje de los pueblos. Inglaterra, Francia, Holanda y Bélgica tuvieron que salir con el rabo entre las piernas de las posesiones que se habían apoderado a sangre y fuego en siglo XIX. China, Vietnam, Indonesia, la India, Cuba, el Congo, Argelia y así sucesivamente. La mitad del siglo XX estaba insuflada del espíritu de liberación de los pueblos. El optimismo es el signo de los tiempos y Vietnam el buque insignia. Por eso el Che diría en su Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental: “Crear dos, tres…muchos Vietnam, es la consigna”.

Más de medio siglo ha pasado desde entonces. Las realidades resultaron más complejas y los caminos más tortuosos. Las fuerzas del imperio fueron más sólidas y capaces de reinventarse, mientras que los proyectos liberadores se enfrentaron a sus límites y no encontraron la energía ni la imaginación suficientes para superar los viejos paradigmas. Sin embargo, hoy como hace cien años, la disyuntiva socialismo o barbarie sigue dramáticamente vigente, pese a los fuegos de artificio con que nos distraen.

Que las crisis, las guerras y las derrotas no maten en nosotros la esperanza. Que la memoria de mujeres como Hilda sirva para que mantengamos viva la llama de la rebeldía. Y tengamos siempre presente aquello que dijera hace ya varios siglos un ilustre caballero andante:

“Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien ya está cerca.”

Alberto Gálvez Olaechea

Setiembre del 2022

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