Alberto Gálvez Olaechea
4 min readMar 10, 2023

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La revolución mexicana y sus lecciones (1)

(Comentarios a partir del libro de Alan Knight)

Entre 1876 y 1911 gobernó Mexico Porfirio Díaz, quien se había hecho reelegir una y otra vez. Por una serie de circunstancias históricas, entre ellas que el viejo Porfirio y su camarilla gozaban de una creciente impopularidad, las elecciones de 1910 fueron especiales. La maquinaria reeleccionista de Porfirio Díaz se impuso a la mala, pero su rival liberal, Francisco Madero, impugnó las elecciones y desde los EEUU llamó a un alzamiento contra el tirano. Su llamamiento tenía la simpatías de las clases medias liberales, pero también sirvió para que, bajo las banderas de lucha contra la dictadura, se desplegaran otras reivindicaciones del México rural, que Knight clasifica en dos grandes bloques: agraristas (cuyo eje principal es la tierra disputada con las haciendas) y serranas (que son más bien descentralistas y autonomistas). Sin pretenderlo, Madero había encendido la mecha del gran levantamiento popular.

Inciada la rebelión esta se extiende. Surgen múltiples caudillos pupulares que construyen ejércitos. Dice Knight que más bien que un movimiento nacional, era la conjunción de una miríada de movimientos locales. Dos fueron las grandes figuras de esta etapa: Pascual Orozco en el norte (Chihuaua) y Emiliano Zapata en el sur (Morelos). Sabiéndose perdido, Díaz renuncia el 25 de mayo de 1911 y se marcha al exilio, de donde ya no volverá. Madero entra triunfal a ciudad de México y poco después será elegido presidente.

Pero el programa liberal de Madero no satisfacía a nadie. Las clases altas eran porfiristas y no veían con buenos ojos a este liberal al cual sentían le faltaba la “mano dura” que se necesitaba para gobernar México. Para las masas rurales, de otro lado, el sufragio universal no era suficiente si no iba acompañado de la tierra. Los ejércitos campesinos nunca se habían desarmado, pese a los intentos de Madero, por demovilizarlos. Para aplastarlos, Madero recurre al ejército federal porfirista, que perpetra una masacre tras otra contra quienes lo habían llevado al poder. Decepcionado, Pascual Orozco, el gran líder rebelde del norte, se alza contra Madero. Sus fuerzas son considerables y marcha sobre México. Desesperado, Madero pone al mando del las fuerzas del ejército federal que van a combatir a Orozco, al general porfirista Victoriano Huertas, un dispsómano, especialista en masacres, que desprecia a los civiles en general y a Madero en particular. Provisto de mejor organización y logística los federales vencen. Pero esta es una victoria tramposa para Madero, pues se ha enajenado el apoyo de las masas rurales y no ha ganado el respaldo de la aristocracia porfirista. Por su lado, Victoriano Huerta considera que no tiene sentido trabajar apagando incendios para Madero, cuando puede trabajar para él mismo.

El repliegue momentáneo las fuerzas populares abre el espacio para que se diriman las diferencias por arriba. Es así como se produce el golpe de estado contra Francisco Madero.

La asonada golpista estalló en ciudad de México el 9 de febrero de 1913. Empieza cuando el general Mondragón a la cabeza de 700 soldados se subleva y libera a dos de los líderes de la derecha profirista, presos por golpistas, el general Reyes y a Felix Díaz (sobrino del tirano Porfirio).

Reyes, a la cabeza de los amotinados marcha al Palacio Nacional donde suponía que le abrirían las puertas para su juramentación como nuevo presidente. Sin embargo, las tropas leales a Madero lo reciben a tiros y lo matan. Pasado este primer episodio, Madero marcha a caballo desde la Casa Presidencial en Chapultepec hacia Palacio Nacional y en el camino se le une el general Victoriano Huerta.

Entre tanto Felix Díaz se repliega atrincherándose con unos 1,500 soldados en el cuartel de la Ciudadela.

Carente de aliados en el ejército, Madero nombra a Victoriano Huerta como mando del contingente militar encargado de debelar a los golpistas de La Ciudadela. Este, mientras finge combatirlos, negocia a escondidas con los amotinados. La mayoría del Senado, entre tanto, le exige a Madero que renuncie para lograr la paz.

Gustavo Madero, hermano del presidente, sospecha de Huerta y en una de las visitas del general a Palacio lo encañona y está dispuesto a matarlo por traidor. El presidente lo impide y le reitera su confianza. Esa misma noche Huerta se pasa al bando golpista.

En este momento aparece en escena un personaje clave, el embajador Wilson de los EEUU. Convoca a Victoriano Huerta y a Felix Díaz, los hace pactar y decide que el nuevo presidente será Huerta. Luego va donde Madero y lo presiona para que renuncie.

Madero es tomado prisionero por su propia escolta y, bajo la presión del embajador Wilson, acepta renunciar, previa negociación de condiciones de respeto para él, su familia y sus partidarios. Y claro, se le dan todas las garantías.

El 18 de febrero Gustavo Madero, hermano del presidente, es linchado. El 22 de febrero Francisco Madero y su vicepresidente Pino Suárez son acribillados a balazos aplicándole la "ley de fuga". El general Huerta, la “mano dura” que reclamaba la aristocracia, se instala vencedor en el gobierno, proclamado por el parlamento, de acuerdo a los protocolos constitucionales. Pero ni esa “constitucionalidad trucha”, ni las fuerzas de su ejército, podrán compesar la total falta de legitimidad política.

La aristocracia mexicana celebraba, sin tener en cuenta que por ahí andaban un tal Pancho Villa y un tal Emiliano Zapata quienes llevarían la revolución mexicana a sus picos más altos, pero esta ya es otra parte de la historia.

Cierro este primer episodio con la siguiente reflexión de Alan Knight que se nos hace familiar:

La muerte de Madero borró el recuerdo de sus fracasos y lo elevó a la condición de martirizado Apóstol de la Democracia, bajo cuyo nombre se unieron las multitudes para lanzarse a una cruzada de venganza. La leyenda póstuma de Madero fue más poderosa como símbolo de la Revolución que como recuerdo de las obras del presidente.

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