El maoísmo en dos novelas

Cuando la realidad sobrepasa la ficción

Alberto Gálvez Olaechea
8 min readNov 24, 2022

Decía ese formidable escritor que fue Paco Umbral, que en su biblioteca se sentía joven entre libros viejos, mientras que en la calle se sentía viejo entre tanto libro joven. Eso tiene que ver con otra realidad que el tiempo impone: las relecturas van teniendo tanta o más importancia que las lecturas frescas. Volver sobre antiguas páginas y sentir que nos dicen cosas nuevas.

Además, cuando uno no está en condiciones de mejorar sus ingresos no queda otra que reducir los gastos, y los libros suelen pagar los platos rotos. Cada vez leo menos libros en físico y, forzado a leer en digital, busco textos en pdf de acceso gratuito. Me ha sorprendido la cantidad y la calidad de los libros que uno puede obtener, especialmente en los campos de la literatura, la historia y la filosofía, que me interesan. Hay grupos que regularmente abastecen de tanto material que lo que me resta de vida no me alcanzará para concluir la nutrida biblioteca que he logrado construir. Por ejemplo, aún no había leído nada de la francesa Annie Ernaux, la premio nobel de literatura del 2022, y ahora ya tengo en pdf cinco de sus novelas en lista de espera.

Esta perorata es para decir que, contra esa tendencia, estas ultimas semanas he podido leer un par de novelas recientes, de esos libros jóvenes a los que se refiere Umbral, y que quisiera comentar. La primera se titula Volver la vista atrás, del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. La segunda lleva como título Danza entre cenizas y es la ópera prima de Fabiola Pinel, una peruana que vive en Paris. Ambas novelas se construyen a partir de la biografía de los personajes, ambas se enfocan sobre todo en el compromiso militante en un movimiento revolucionario, y como cereza del pastel, en ambas el horizonte ideológico en el que desenvuelven es el maoísmo de la revolución cultural china, que es la versión más voluntarista y religiosa de las corrientes derivadas del marxismo.

Hay vidas que en sí mismas son una novela. Lo vimos, por ejemplo, en El hombre que amaba a los perros, la estupenda novela de Leonardo Padura: León Trotsky y Ramón Mercader son dos personajes históricos y al mismo tiempo novelescos. La biografía de Trotsky escrita por Isaac Deutscher podría leerse perfectamente como una novela en la que realidad supera la imaginación. Algo de esto hay en las dos novelas que ahora quiero comentar.

Volver la vista atrás es una versión novelada de la vida del destacado cineasta colombiano Sergio Cabrera, cuya más conocida película, “La estrategia del caracol”, pude ver hace algunos años. El abuelo de Sergio y su hermano fueron combatientes republicanos que en 1939 debieron exiliarse ante la embestida del fascismo franquista. El padre de Sergio sale de España siendo aún un niño y con su familia logran llegar a Francia donde la pasarán mal. Se van a Santo Domingo, donde tampoco lograron afirmarse y finalmente recalaron en Colombia. El padre de Sergio desde la adolescencia arrastra la idea de ser actor y finalmente logra su objetivo con bastante éxito. Trabaja en los inicios de la televisión colombiana y se convierte en un referente cultural. El año 1953 nace Sergio y dos años después lo hará su hermana Marianella. Cuando tiene diez años el padre consigue un trabajo en la República Popular China y viaja ahí con la familia. Llegan a este país cuando se están dando las condiciones que llevaron a la llamada “Revolución cultural proletaria”.

Pero no estamos solamente ante un compromiso laboral, sino que hay un proceso de conversión militante. La mutación del padre abarca también a la esposa y a los hijos. Aunque en realidad más que ante una mutación, estamos ante el afloramiento de la fibra revolucionaria que le venía de la infancia y del pasado revolucionario de su familia. Después de unos años en China, cuando los niños se han hecho adolescentes integrados cultural y políticamente (hablan y escriben en chino y militan entre los jóvenes guardias rojos), el padre reúne a la familia y les comunica que él y la mamá vuelven a Colombia para hacer parte de la revolución colombiana y que los dos hijos de 15 y 13 años respectivamente, se quedarán para seguirse preparando para integrarse luego.

Es así que estos casi-adolescentes quedan al garete en medio del mar tempestuoso de la “Revolución cultural”. Son vívidas las escenas de la ruptura de las jerarquías, de absolutización de la ideología como medicina todopoderosa para todos los males y a Mao como la suprema deidad del celestial paraíso comunista. Son años vertiginosos, llenos de incidentes cargados de la ilusión de construir un mundo nuevo.

Es entonces que llega una carta del papá que les indica que ya su ciclo en China terminó y deben volver a Colombia para integrarse a la revolución. Pero antes tienen que hace un curso de instrucción militar. Los hijos disciplinadamente acatan la directiva de un padre que es más bien un comisario político. Hacen el curso militar, vuelven a Colombia y ahí se integran ambos al Ejército Popular de Liberación (EPL), la guerrilla maoísta colombiana. Parte crucial de la novela-biografía discurre en los avatares de una guerrilla sin norte, con sus exigencias draconianas, sus conflictos y sus desencuentros. Los hermanos, por sus propias razones y caminos, deciden abandonar la guerrilla. Sergio sale de Colombia rumbo a China. Ahí comienza a trabajar con un cineasta y decide que eso es lo que quiere hacer en su vida: cine. Comunica la decisión a sus padres: ha conseguido una beca en Inglaterra y se va a estudiar cine. El padre le reprocha por abandonar el proyecto en que están comprometidos. Ahí se produce la ruptura, pues Sergio le espeta que en realidad siempre había sido el proyecto del padre y que nunca se les consultó si querían hacer parte de él, simplemente se les impuso como un destino familiar.

La novela tiene otras aristas, pero me interesa quedarme con este esqueleto, porque aquí encaja la segunda novela, Danza de cenizas.

La novela trata de la historia de Clara, o más precisamente, es la historia de un breve lapso de la vida de Clara, que va entre los “casi quince” y los dieciocho años. Clara, la alter ego de la autora, va narrando con sencillez y autenticidad el discurrir de su vida en esos años intensos, situados a fines de la convulsa década de 1980. La manera en que una adolescente común y corriente, de un barrio de baja clase media, de pronto ve trastocado su mundo cuando su hermano mayor, un joven estudiante sanmarquino, es encarcelado, acusado de pertenecer al Partido Comunista del Perú Sendero Luminoso. Y es a partir de visitarlo regularmente en el penal “Miguel Castro Castro” que Clara, de una manera casi natural, podría decirse incluso, inevitable, se va implicando en una organización alzada en armas y en poco tiempo pasa de una colaboración eventual y más bien innocua (como el recojo de víveres en los mercados), a ser parte de una estructura miliciana y finalmente deviene en combatiente de una unidad operativa de carácter más ofensivo.

Clara nos va llevando de la mano por el universo interior del Partido Comunista-Sendero Luminoso. Nos muestra la cárcel, la vida cuasi monástica de los militantes senderistas, esos territorios liberados en los que Sendero vivió la ilusión de construir un “nuevo estado” dentro del estado. Ahí tuvieron un colectivismo y una camaradería no exentas de jerarquías, así como una intensa vida productiva y cultural. Se imitaba las óperas chinas de los años 60s y las paredes están impregnados de murales alusivos al “presidente Gonzalo”. Los compañeros son amables, laboriosos y disciplinados. Pero ese mundo del “nuevo orden” no está exento de fisuras y de pronto una relación homosexual clandestina se nos aparece furtiva y nos ayuda a darle humanidad a tanta perfección.

La novela de Fabiola Pinel muestra la forma como muchos jóvenes se comprometieron con una causa que consideraron justa. Narra sus dilemas, sus angustias, su evolución y su compromiso. Da cuenta, en suma, de la dimensión humana de personajes demonizados del Perú oficial. Una mirada que explora un mundo subterráneo, ayuda a encontrar explicaciones y a que los peruanos nos vayamos aproximando.

Clara encarna la vida militante de Sendero, su compromiso, su entrega. La forma de su accionar, su grandeza en medio de la precariedad. La brutalidad de la guerra en medio de la pureza de las intenciones. Clara descubre, finalmente, que no está hecha para esa guerra infinita. Su breve paso por la carcel de menores la termina de convencer. Finalmente, la decisión del Abimael Guzmán, el intransigente “presidente Gonzalo”, de pactar un “Acuerdo de paz”, al que Clara llama crudamente “capitulación”, definen finalmente la opción de buscar su camino en el arte (que es otra semejanza con la novela anterior).

Abimael Guzmán viajo por primera vez a China en 1965 en plena efervescencia de la “Revolución cultural”. Su comprensión del marxismo estuvo marcada por esta experiencia. No es casualidad que otros militantes maoístas que pasaron por China posteriormente devinieran más bien en funcionarios políticos que en combatientes, y es que el clima político que absorbieron fue otro. Sergio Cabrera vivió también esa convulsa etapa. Fabiola Pinel y su alter ego, Clara, no había nacido por entonces, pero en cambio vivió esa versión andina de la “revolución cultural” maoísta que fue el “pensamiento Gonzalo”.

En ambas novelas impresionan el ritualismo tan tipicamente chino. La larga letanía de saludos que cada militante debía declamar antes de hacer la intervención más trivial (que Clara nunca pudo aprender, y que describe con cierta ironía irreverente) es ilustrativa. En ambas novelas las mujeres (tanto Clara, como Marianella, la hermana menor de Sergio), son víctimas de acoso por parte de sus compañeros revolucionarios.

Una diferencia entre ambos libros es que mientras el del colombiano abarca la historia del personaje desde sus ancestros hasta su descendencia, la peruana se concentra en los años intensos de su adolescencia y deja un hueco hasta el reencuentro final con una compañera de aventuras con las que hará una recapitulación de sus vidas. No obstante la brevedad del marco temporal, esos años son tan vertiginosos que salimos de la lectura como emergiendo del fondo de un océano de emociones y vivencias. En esos tres años Clara consumió tanta energía vital como no logran hacerlo otras persona en vidas longevas y apacibles.

Hoy Fabiola Pinel se encuentra en Paris dedicada a su vocación artística, en tanto que Sergio Cabrera ha sido nombrado embajador en China por el presidente Gustavo Petro. Son las vueltas que da la vida.

En fin, estos son algunos apuntes sobre dos libros que vale la pena leer. Juan Gabriel Vásquez es un escritor fogueado y talentoso y su libro ha merecido premios y elogios. Fabi Pinel incursiona por primera vez en la literatura y lo hace con solvencia, mostrándonos que la dimensión humana tiene muchas caras, y que si algunas pueden ser feroces, no anula las demás. El ser humano no es unidimensional insistía Hubert Lanssiers.

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