Alberto Gálvez Olaechea
3 min readFeb 7, 2023

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Apuntes a propósito del libro del británico Max Hastings:

El 10 de agosto de 1945, apenas 24 horas después del lanzamiento de la bomba atómica en Nagasaki, el State-War-Navy Coordinating Committee adoptó apuradamente una decisión: los EEUU debían participar de la ocupación de Corea. Para alivio en Washington, la URSS aceptó el paralelo 38 como el límite. Un mes antes de que un soldado norteamericano pisará suelo coreano, el Ejército Rojo llegó al paralelo 38 y se detuvo. Estos caballerosos acuerdos en las alturas omitían un detalle: la opinión del pueblo coreano.

Supuestamente debía consultarse sobre la reunificación, pero no se avanzaba en esta dirección. Así que el 25 de junio de 1950 las fuerzas de Corea del Norte, lideradas por Kim Il-Sung, ocuparon Corea del Sur en una guerra relámpago que desbarató las fuerzas militares surcoreanas e hizo replegarse a los norteamericano, que abandonaron Seul atrincherándose en Inchon, en la costa, a la espera de refuerzos.

El gobierno de EEUU decidió la guerra para replegar a los comunistas. Gobernaba Truman y era el inicio de la Guerra Fría. Tras la segunda guerra mundial y el avance del Ejército Rojo y luego del triunfo de Mao en China en 1949, el objetivo de "occidente" bajo el liderazgo de los EEUU era frenar el avance del comunismo.

Rápidamente se movilizaron las tropas y, bajo el manto de la ONU, se lanzó la contraofensiva militar. Un contingente norteamericano, secundado por ingleses, canadienses y otros pequeños efectivos (en realidad más simbólicos) empezaron sus operaciones.

EL mando supremo del ejército yanqui en la zona Asia-Pacífico era Douglas MacArthur, quien había encabezado las fuerzas que derrotaron al Japón en la segunda guerra mundial. Un general prestigioso, pero también un halcón guerrerista y megalómano, quien en su cuartel en Japón soñaba con la presidencia de los EEUU.

Debía conducir las operaciones en Corea. Desde el primer momento se presentaron divergencias estratégicas. Mientras que el gobierno de Truman quería una guerra circunscrita a Corea, para MacArthur esta debía ser parte de una ofensiva general contra el comunismo: aprovechando la momentánea superioridad de la bomba atómica, había que doblegar a la URSS y a China. Para MacArthur y los halcones, Kim il-Sung no era más que un peón de la geopolítica de Stalin.

Con estas divergencias, se iniciaron la operaciones. El descomunal ejército occidental hizo retroceder a los norcoreanos. Al poco tiempo recuperaron Seul y llegaron al paralelo 38, el punto anterior al 25 de junio. Pero MacArthur no estaba satisfecho y Truman, envanecido por el éxito rápido, cedió a la presión permitiendo que se avanzara hacia el norte.

Los chinos habían advertido que si la fuerza occidental se acercaban a su frontera lo tomarian como una señal de agresión militar y actuarían conforme a tal.

Los británicos (y en general los europeos) eran contrarios a escalar la guerra contra China y la URSS, pues sabían que en tal caso un escenario central sería su ya devastado territorio, e insistían en no acercarse a la frontera China.

MacArthur avanzó sus fuerzas sin restricciones y esto llevó a la contraofensiva de China. Encabezadas por el mariscal Peng Dehuai, las tropas del EPL, bien entrenadas y con una moral victoriosa por su reciente triunfo en la guerra civil, no sólo pararon en seco el avance de los ejércitos occidentales sino que los forzaron a retroceder en total desorden, infligiéndoles considerables bajas y pérdidas de material de guerra.

Desesperado ante el viraje de los acontecimientos, MacArthur exigió 26 bombas atómicas (en 1950 eran aún más letales que las lanzadas en Hiroshima y Nagasaki). Pretendía usar 8 contra el ejército chino en Corea y las 18 restantes para destruir ciudades y puntos estratégicos de China. Para este fin pretendió movilizar a la opinión pública norteamericana que vivía los inicios de macartismo.

En ese momento que Truman lo destituye. En su delirio belicista MacArthur quería llevar al mundo a la hecatombe. Un par de años más tarde se negoció una partición del país que dura hasta hoy.

A modo de cierre un par de conclusiones:

1. Qué certero aquello que dijera Clemenceau: "La guerra es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los militares".

2. Los generales victoriosos suelen ser peligrosos consejeros y pésimos estrategas políticos, pues viven anclados en sus delirios de grandeza y ven enemigos donde no hay, o los fabrican para mantener vigencia y justificación (y justificación de sus presupuestos).

7-2-23

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